domingo, 26 de febrero de 2017

LA RUTA DEL REY LOCO



La ruta de los Castillos del Rey Loco es una de las más atrayentes de Alemania por la belleza del paisaje alpino y la deslumbrante riqueza de sus Palacios, pero también por la dramática historia de su protagonista. Ludwig II tuvo una vida tan apasionante como trágica: su excentricidad pero también su misantropía quedó plasmada en los que fueron sus lugares favoritos y que hoy nos dan una idea de la riqueza de la dinastía Wittelsbach y de la melancólica personalidad del conocido como Rey Loco.
En la misma capital de Baviera, a escasos kilómetros del centro de la ciudad, el Palacio de Nymphenburg es un buen punto de partida para conocer los lugares que marcaron parte de su infancia y juventud: formado por varios pabellones de corte barroco la visita merece casi un día completo.




El Palacio nos recibe con un gran pabellón situado en medio de enormes jardines de césped y flores flanqueados de hermosas esculturas. En el edificio principal encontramos una serie de dependencias que merece la pena recorrer: la Galería de las Bellezas en la que el anterior rey, Ludwig I recopiló 36 retratos de quienes consideró las mayores bellezas del reino, los aposentos reales y otras salas o salones de hermosa decoración. Pero especialmente brillante es la denominada Festsaal, sala de Fiesta o de Banquetes con una decoración en estilo rococó entre la que destacan los valiosos frescos del techo de temática mitológica como el de la diosa Flora rodeada de ninfas, en alusión al propio nombre del palacio.






En los laterales del gran edificio principal también son de especial interés el Museo de la Porcelana y el Museo del Carruaje donde se conservan decenas de carruajes y trineos utilizados por los reyes e incluso alguno de pequeño tamaño adaptado a los príncipes, todos ellos con una decoración espectacular de textiles, pinturas y adornos dorados que merecerían por sí solos la visita.





Una vez atravesado el edificio principal adentrándonos en el bosque encontraremos los caminos que nos van a ir llevando por los diferentes pabellones, que constituían los dominios de la Familia Real. Aunque la entrada al jardín es gratuita, para visitar los interiores tendremos que sacar ticket, pero hay que decir que en verdad merece la pena pues los pabellones esconden un interior realmente espectacular: Semiescondida en un rincón del bosque casi pasa desapercibida la Madalegne klause, una pequeña capilla con una desconcertante decoración interior a imitación de una gruta de piedra, que servía de retiro espiritual a los habitantes del Palacio.



También resulta sorprendente el recargado pero elegante estilo rococó del Amalienburg dedicado a la archiduquesa María Amalia. El pabellón consta de varias estancias: en la sala de los espejos y el dormitorio predomina el estilo rococó con tonos amarillos o pálidos azules y finas decoraciones en plata. La sala de los perros, la del faisán y la armería nos recuerdan que el Amalienburg fue ideado como pabellón de caza y muestran una exótica decoración recordando las maneras importadas de China e India. Hasta la cocina tiene un estilo peculiar con su colorido alicatado. En definitiva, todo en el Amalienburg es arte. 




COCINAS DE AMALIENBURG


Los otros dos pabellones son el Badenburg, hermosa sala de baños o la Pagodenburg decorada al más puro estilo oriental con maderas, delicado papel pintado y azulejos.




Los pabellones salpicados por el inmenso Parque nos permiten ir alternando las visitas artísticas con largos paseos por el bosque en el que descubriremos fuentes, esculturas y puentes que atraviesan pequeños riachuelos.
 Pero si bien Nymphenburg fue la cuna de Ludwig II no era este el Palacio que mejor reflejaba su carácter y personalidad: apasionado de la caza y el bosque, el Rey Loco se creó su propio espacio en los Alpes alejándose así del bullicio de la ciudad y contribuyendo a crear ese mito de rey excéntrico y melancólico que se alimentó hasta su trágico final. Y así abandonando Múnich nos dirigimos hacia uno de sus más apreciados caprichos constructivos, el Palacio de Linderhof: rodeado de bosques y a menudo envuelto en bruma, este Palacio de ensueño fue el favorito de Ludwig II. Sus jardines repletos de fuentes y esculturas doradas culminan en la llamada Gruta de Venus con lago y estalactitas artificiales incluidas donde el rey, amante incondicional de Wagner, logró un ambiente casi onírico recreando una de sus más conocidas óperas.






El interior del Palacio es otra muestra de la admiración que Ludwig sentía por Versalles. Recargado al más puro estilo rococó donde no existe hueco sin adorno, eso sí decorado con el refinamiento y un punto de excentricidad que caracterizaba al monarca, visitar su interior es muy recomendable, aunque la visita es exclusivamente guiada y desgraciadamente al igual que en Neuschwanstein no está permitido sacar fotos.
Continuando nuestra ruta tomaremos el camino en dirección a Füssen, un pueblo situado a los pies de los Alpes junto al cual encontraremos el más famoso de los Castillos de la ruta. Nada más llegar nos recibe la imponente silueta de Neuschwanstein con su estampa característica que inspiró a Walt Disney, elevado en una colina entre roca y bosques con los Alpes como telón de fondo. Antes de subir se puede hacer una visita al otro castillo asociado a este rey, construido en este caso por su padre Maximiliano II en el que Ludwig pasó gran parte de su infancia y adolescencia: Hohenschwangau se sitúa muy próximo a Füssen y también goza de un entorno privilegiado, rodeado de verdes bosques al pie de los lagos Alpsee y Schwansee.



 En el pueblecito al pie de la montaña encontramos la taquilla para adquirir las entradas para Neuschwanstein y una parada de bus por si nos queremos ahorrar la subida a pie al castillo que es bastante considerable y puede llevarnos un buen rato. Es importante coger las entradas en este punto pues una vez llegado arriba no hay taquilla. El bus nos va a dejar aun así a una cierta distancia de la entrada al castillo, lo cual nos va a servir para conocer un poco sus alrededores y acercarnos al Marienbrücke o Puente de María, desde donde se aprecia una de las mejores vistas del Castillo, y donde comienza un sendero que se adentra en el hermoso bosque que lo rodea. Ya en la entrada del Castillo debemos esperar a que nos toque la vez, pues la hora está ya predeterminada en el ticket.






Aquí por desgracia tampoco se permite la entrada por libre y la visita guiada resulta algo encorsetada pero no deja de ser muy interesante, pues los interiores del Castillo son muy diferentes a los de los otros palacios, desde la sala del Trono de inspiración bizantina, pasando por los pasillos casi en penumbra o los aposentos del rey hasta la Sala de los Cantores, vamos descubriendo todo un mosaico de estilos decorativos que reflejaban la compleja personalidad del rey loco así como su admiración por Wagner presente con sus óperas en diversas pinturas y motivos. Al terminar la visita puede ser una buena opción bajar caminando hasta el pueblo ya que la vista de bosques y lagos con la imagen del Castillo al atardecer es más que recomendable. Los lagos son también una constante del viaje y nos recuerdan además el trágico final del rey: Su intensa amistad con Wagner, considerada obsesiva por la corte hizo que el compositor se viera abocado al exilio al ser visto como culpable de la desidia del rey. Esta ausencia y la posterior muerte de Wagner fueron agravando ese estado de permanente melancolía de Ludwig hasta que un tribunal lo declaró loco e incapacitado para gobernar. Retirado ya de toda obligación pasaría sus últimos días recluido en el Castillo de Berg hasta su muerte en el lago Starnberg donde apareció ahogado junto con su psiquiatra personal. A pesar de la versión oficial que habla de un suicidio que acabó por arrastrar a su psiquiatra al intentar evitarlo, las circunstancias de su muerte siguen siendo un misterio.

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